lunes, 7 de febrero de 2011

¿Quién puede festejar la muerte?

Hay personas que festejan la muerte.

En su libro “Lista Negra, la vuelta de los ´70”, Pepe Eliaschev yerra en muchas cosas y es parcial en tantas otras, pero sin duda no se equivoca en algo, por lo cual vale la pena su libro: no se puede tomar la muerte a la ligera. Visto de otro sentido, es la vida la que no debe ser menospreciada.

Hoy día se festeja la audacia de un personaje triste como “Aldo Rico”. Reivindicador del terrorismo de Estado, cuyo adjetivo directo es haberse alzado en armas en contra de un gobierno constitucional como el de Raúl Alfonsín. Se lo investiga como posible responsable de la muerte de un sospechoso de haberlo robado. Cierto o no, lo incuestionable es la voz de quienes de ello, hicieron una celebración. Comunicaciones en foros, redes sociales, bares, etc.

¿Pero qué hay detrás de esta celebración? ¿Es posible aplaudir confusamente un conjunto de elementos inconciliables y ser razonable?

Vean, la falsa antinomia entre los derechos humanos y la efectividad del Estado para perseguir los delitos, es tal en tanto que el propio Estado moderno es el administrador de éstos. Su misión no está en eliminarlos, sino en redistribuirlos. La realidad y la verdad por ello, está descripta por el poder, por el discurso constitutivo de lo que asentimos sin ver.

El crimen es aquello determinado por quienes hoy dicen qué es la verdad. En una sociedad de Capital, donde el valor más alto está tasado –cifrado-, donde la cultura se funde en industria y mercadeo, la jerarquía de lo prohibido está patas para arriba. La propiedad se ha convertido en el valor más ungido. Toda la lógica humana deviene del sentido de la propiedad. Los espacios, las fronteras; simplemente lo propio y lo ajeno. Puedo defender mi propiedad a costa de la vida. Y si lo hago recibiré una celebración a cambio, corolario de la insensatez de maltratar no ya a la persona como ente individual, sino a la categoría como concepto racional.

Si supiésemos que el hombre es un niño laborioso pero estúpido, que convirtió el palo del tambor en una azada y en vez de tocar sobre la tierra una canción de júbilo, se puso a cavar (León Felipe). Quiero decir, que la distribución de los recursos en la sociedad generó incluidos y excluidos del sistema de producción. Aquellos a los que la nueva forma moderna de organización no contempló, tuvieron reservados los designios de mal social. El crimen se constituyó a la luz de sus necesidades. Lo que necesitaban era conseguido por el comportamiento que luego fue considerado crimen. Donde había que acotar la libertad del excluido, nacía una regulación de los detentadores del poder y descriptores de la realidad y la verdad. Verdad como si el crimen fuera ontológicamente así, un mal. Como si así siempre hubiese sido.

La cárcel nace en este contexto. No es necesario ya castigar con la muerte y suplicios en el cuerpo del condenado. Ese acto de demostración de poder desmesurado será suplantado por el control constante e ininterrumpido del Estado. La pena pasa del cuerpo al alma. El tiempo es el bien aniquilado. El Estado define y se apropia del recluido para domesticarlo.

Este entramado molecular de los Estados persiste aún hoy, 200 años después de la aparición de la institución carcelaria como tal. La tarea política consiste en desarticular estos quistes burocráticos de verdades y lógicas insostenibles. El obstáculo es la puja de poder. Mientras intereses libertarios pujan por constituir una nueva verdad, una nueva construcción de lo que es, otros intentan devolver robustez a las filas de lo conservado. Ese movimiento de extrañamiento de las viejas épocas e instituciones no hace más que devolver legitimidad a la sinrazón.

Véase, mientras más apoyo y legitimidad exista en un gobierno progresista y transformador, más posibilidades habrá de desarticular esas verdades inmutables. Así, la definición del crimen, el peligro de confundir las verdaderas razones de nuestra realidad actual, se irá diluyendo. La conciencia política es el eslabón primero. Un hombre histórico, comprometido con la reflexión y acción transformadora, es el atisbo de nuevo hombre componente de una sociedad de libres e iguales.

Entiéndase que en nuestra Argentina, existen columnas vertebrales por edificar. No es ya tarea final de un programa dialéctico en la lectura que bien podamos darle a la historia, sino que es una tarea común de la razón pura del hombre político. La constitución de aquellos pilares fundamentales para la independencia social y de conciencia de nuestra nación con su difícil y consabida idiosincrasia.

Entonces bien, celebrar la muerte de quien estuvo entrenado, domesticado y ordenado a cumplir el rol de excluido, fomentado por el devenir incontrolable de los intereses de costos inmensurables, en el marco de una construcción de un ser cada vez más agudo para con sus otros, encierra la falacia de olvido de nuestros hijos sociales. Aquellos a quienes la historia particular de la región intimó a cumplir tamaño oficio desdeñable. Celebrar la muerte nos convierte en cómplices y canallas de las injustas deudas históricas, aquí y ahora.

Antón Spiegel

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